jueves, 29 de noviembre de 2007

La Ciudad de Esteco


En 1566 llegaron al actual territorio de Salta tres capitanes hispanos, Jerónimo de Olguín, Diego de Heredia y Juan de Barzocana, quienes amotinados contra la autoridad del gobernador don Francisco de Aguirre, fundaron una ciudad a la que llamaron Cáceres, sobre la margen izquierda del río Pasaje, departamento de Anta – Provincia de Salta.
En 1567 entró en esas tierras don Diego de Pacheco para oficializar la fundación efectuada por los amotinados, rebautizándola el 15 de agosto de ese mismo año con el nombre de Nuestra Señora de Talavera de Esteco. Este poblado poco tiempo después desapareció.
En 1592 don Juan Ramírez de Velazco fundó Madrid de las Juntas, frente a la unión de los ríos Pasaje y Piedras; asentamiento al que el gobernador Alonso de Rivera trasladó nuevamente en 1609 a tres leguas al oeste llamandola Talavera de Madrid; no tardaron sus habitantes en llamar “Esteco” a esta nueva urbe, en recuerdo de la primitiva Nuestra Señora de Talavera de Esteco de la que eran oriundos muchos de ellos, se la conoció también como “Cáceres”, “Ciudad Coqueta y Voluptuosa” y “El Jardín de Venus”.
Según testimonian los cronistas de la época, desde sus orígenes Esteco se constituyó en ineludible encrucijada del Camino Real por donde discurría el transporte de metales preciosos entre el Alto Perú y el Río de la Plata.
Por su ubicación geográfica, además, la ciudad intermediaba en el tráfico de alimentos, ganado e indígenas encomendados que venía de Chile atravesando la cordillera de los Andes con destino a la región chaqueño-amazónica y viceversa. Siendo un importante nudo del transporte y del comercio durante la primera etapa de colonización, la ciudad se expandió con rapidez. A continuación, la urbe adquirió relevancia institucional y política, incluso religiosa, al punto de contar, entre los más ilustres predicadores católicos, nada menos que al cura Francisco Solano, quien fuera canonizado por la obra evangelizadora desplegada en la región.
La población se convirtió en el más rico y próspero centro comercial de la antigua Gobernación del Tucumán, famoso sobre todo por sus finas telas y caros productos, en medio de aquella llanura fértil sobre la que se asentaba, rodeada por hermosos paisajes. Tal fue la fama de su comercio y sus ganancias, que –cuenta la tradición– sus 60.000 habitantes se hicieron poderosos hasta tal punto que cuando a una persona se le caía un diamante o cualquier otro objeto de valor, ni se molestaba siquiera en recogerlo. También se arrojaban a la basura horneadas enteras de pan cuando un simple panecillo se quemaba.
Conjeturamos que es probable que, dadas las rigurosas y asfixiantes normas impuestas por España en materia de intercambio comercial con terceros países, el lugar se haya convertido en el ámbito adecuado para el desarrollo en gran escala de actividades de contrabando, tanto de oro y de plata, así como de manufacturas de origen europeo, cuya introducción estaba estrictamente prohibida. No hay que descartar, tampoco, la posibilidad de que, dada la relevancia económica que había adquirido la ciudad en pocas décadas, ésta haya sido escenario de enfrentamientos entre diferentes factores de poder, en particular, entre la burocracia colonial, cada vez más vasta y ambiciosa, y el clero católico, siempre dispuesto a defender con uñas y dientes sus fueros institucionales y sus privilegios latifundistas.
No obstante las numerosas investigaciones arqueológicas y documentarias realizadas, aún hoy es difícil determinar de modo fehaciente qué pasó con Esteco, versiones dicen que la ciudad fue destruida por los indios y que sus habitantes se dispersaron hacia otras poblaciones. Lo cierto es también que fuertes terremotos sacudieron esas comarcas en los siglos XVI y XVII y que añejos vestigios destacan apenas visibles donde alguna vez estuvo Esteco. Las versiones más atendibles coinciden en sostener que un tremendo terremoto, ocurrido el 13 de septiembre de 1692, destruyó la ciudad por completo y que la tierra, abriendo sus oscuras fauces, en pocos minutos engulló las casas, los templos, los cultivos, los animales domésticos y la gente. Para similar fecha, documentos oficiales registran un movimiento telúrico en la vecina Salta; es decir, que la hipótesis suena coherente.
A pesar de los esfuerzos de búsqueda todo hace pensar que Esteco desapareció sin dejar demasiadas huellas, lo cual es improbable, o que, por el contrario, nunca llegó a tener la dimensión urbana y humana que la fantasía popular le asignó.
Sea cual fuere la causa real que generó el colapso, una vez que desapareció la ciudad, comenzó a tomar cuerpo, en el entonces Virreinato del Perú, una interpretación que atribuía lo sucedido a la pecaminosa vida mundana que habrían practicado los habitantes de Esteco. Esta teoría parangonaba el enigmático destino estequeño con el tradicional relato bíblico acerca de Sodoma y Gomorra y también con las versiones pseudo-históricas sobre los últimos días de la fastuosa Pompeya romana que han inspirado numerosos textos de ficción y varias películas de calidad y suerte diversa.
En la búsqueda de la génesis de esta afirmación podemos destacar, entre los escasos testimonios historiográficos previos a la catástrofe, la opinión de un obispo del lugar, quien había calificado a la ciudad como un "antro de lujuria". Para este dignatario eclesiástico, por entonces enfrentado al gobierno comunal, Esteco se encontraba bajo el influjo de un maleficio practicado por perversos hechiceros que se habrían apoderado del gobierno administrativo de la localidad conduciendo a sus habitantes por el sendero del mal. Este tipo de imputaciones no debe sorprendernos, dado que en tiempos de la Colonia era habitual que los curas dirimieran los conflictos políticos entablados con el funcionariado laico acusando a éstos de ser representantes de Mefistófeles y, por ende, de ser propiciadores de los vicios más ignominiosos. De allí el enorme poder que detentaba el Santo Oficio (la temida Inquisición), que tuvo altercados frecuentes con gobernadores, virreyes y con la mismísima Corona española.
Así fue como se expidió, en 1654, el obispo Maldonado en la indignada denuncia que realizó a la Audiencia de Charcas: "En Esteco hay pactos con el demonio; se cometen frecuentes ofensas a Dios; se deshonran linajes y muchas atrocidades más; entre otras, el negar el viático (extremaunción) a los ajusticiados y en realizar adivinanzas non sanctas y actos de curanderismo". Si bien los graves cargos contra el pueblo de Esteco y sus autoridades no prosperaron, la fama de sitio lujurioso y maldito atribuido por el prelado echó a rodar rápidamente.
Cabe agregar que algunos años antes, como antecedente histórico de esta rimbombante acusación pública, cuando el distrito transitaba su rauda carrera de progreso económico, una controversia jurisdiccional entre alcalde, cabildantes y sacerdotes del distrito, había derivado en graves enfrentamientos entre las facciones contrapuestas. Como consecuencia del litigio entablado, el convento de padres mercedarios de la ciudad, en manos de uno de los sectores en pugna, se convirtió en el centro de toda clase de habladurías. En efecto, los adversarios de los religiosos a cargo de la institución afirmaban que: "en ciertas horas, el convento estequeño era un cuartel y en otras una casa de placeres; por la noche, apenas terminadas en el templo las oraciones de práctica, se abría la puerta falsa y penetraban sigilosamente mujeres embozadas dispuestas a saciar las bajas pasiones mundanas de sus habitantes".
Con esta clase de comentarios insidiosos se fue edificando la leyenda negra de Talavera de Esteco, según suponemos. La monumental fábula se habría fortalecido, además, con los claroscuros que dejaba una crónica fáctica rodeada de incógnitas. Ésta fue rematada con un final que, por abrupto, inesperado y de seguro cruento, vino como “anillo al dedo” para dar rienda suelta a la aceptación de un desenlace sobrenatural. De este modo, fue imponiéndose la idea, irracional pero verosímil, de que el pueblo habría sucumbido a la furia exterminadora de Dios, siempre contundente e implacable, como señalan las mentes predispuestas a dar crédito a tales acontecimientos escatológicos.
Aún en nuestros días, transcurridos más de tres siglos desde entonces, sigue siendo muy fuerte entre los habitantes del Noroeste argentino y del Altiplano boliviano la creencia acerca del comportamiento lascivo de los moradores de Esteco y la convicción sobre el consiguiente castigo ejemplificador que el Todopoderoso habría infligido a la desafortunada urbe y a sus descarriados habitantes. Es tan difundido y perdurable el temor que en la actualidad inspira el asunto que, cuantas veces se han intentado organizar misiones para remover las ruinas de la ciudad desaparecida, ha resultado difícil conseguir en la zona personal dispuesto a colaborar en la tarea. Si se contrata peones para ejecutar las excavaciones necesarias es probable que, ante la más elemental circunstancia de aparente anormalidad -un sonido desconcertante, el canto destemplado de un gallo o la aparición de una “luz mala”- los lugareños huyan despavoridos abandonando todo, atemorizados por las ánimas en pena que –según fabulan- vagan sin consuelo por la zona, siempre dispuestas a vengarse de su “horrible” destino con cualquiera que se atreva a profanar el sitio maldecido por centurias.
Como curiosidad, cabe señalar que en el año 1949 el hechicero de una abigarrada tribu de gitanos, por entonces acampando en Tucumán, profetizó que la llegada del Anticristo y el consiguiente final de la Historia humana se concretarían cuando fueran hallados los restos arqueológicos de la urbe colonial. Esto ocurrió en julio de 1999 y, si bien los argentinos la pasaron muy mal a partir de entonces, la humanidad sigue gozando de buena salud, lo que desmentiría, por ahora, la odiosa profecía del zíngaro.
Actualmente arqueólogos del Conicet, junto con estudiantes de las Universidades de La Plata y de Salta, encontraron restos del primer asentamiento de la ciudad de Esteco, al mando de Alfredo Tomasini, antropólogo e investigador principal de ese organismo quien nos dice: “El material que hallamos es muy valioso, lo que demuestra que estamos al frente de uno de los tesoros arqueológicos más importantes del país”. Hasta el momento se encontraron cerámicas y tinajas indígenas, lozas de talavera de origen europeo, botellas y damajuanas, alfileres y un dedal de plata, todo de origen español.
Las tareas que se realizan forman parte del convenio que el Conicet firmó con el gobierno de Tucumán, en 2000.
Para terminar, una copla popular que convalida la trágica leyenda de la ciudad enigmática y maldita, cuya moraleja advierte acerca del castigo divino que les espera a quienes equivoquen el recto rumbo moral, y que dice así:
“No sigas ese camino, no seas orgulloso y terco, no te vayas a perder como la ciudad de Esteco.¿Dónde están, ciudad maldita, tu orgullo y tu vanidad, tu soberbia y ceguedad, tu lujo que a Dios irrita?Orgullosa y envanecida en los placeres pensando, en las riquezas nadando y en el pecado sumida, a Dios no diste cabida dentro de tu duro pecho. La tierra se conmovió y aquel pueblo libertino, que no creyó en lo divino y santo poder de Dios, en polvo se convirtió. Cumplióse el alto decreto, y reveló su secreto que Dios tuvo en su arcano.¡No viváis, pueblos cristianos, como la ciudad de Esteco!”

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